viernes, 4 de abril de 2014

Una mesa gigante


Llevo varios días viendo este anuncio en la tele y lo que es la empresa no me llama, pero el vídeo me hace pensar en las comidas familiares.

Generalmente se hacen en la casa de los abuelos. Si la familia ya es demasiado grande y no se cabe en el comedor, se desarrollan diferentes estrategias:
  1. Los niños a la mesa de la cocina
  2. Los niños en la mesa de la cocina pero puesta en el pasillo para vigilarles
  3. Los niños comen antes, por pesados principalmente
  4. Se va a una casa en la que quepamos todos a la vez
Aclaración: echar a los niños me gusta sólo desde que a mi no me echan.

Si se elige la última opción, hay que discutir a qué casa se va. Si es para celebrar cumpleaños, en casa del que sea. Si es para navidades, debates durísimos porque aquí los jóvenes queremos salir y barremos cada uno pa' su casa. Si es una comida de fin de semana porque sí, en casa de quien lo haya propuesto. Si es verano, en una casa con patio. Lo importante es comer todos juntos.

Si me toca pringar para hacer la comida en mi casa, mi señora madre decide levantarme pronto aunque me haya acostado de día ya. Prepara las mesas, busca el mantel, limpia los pimientos (no sé porqué pero a mi madre le encanta hacer pimientos asados para las comidas familiares y a mi me toca limpiarlos), prepara los menjunjes para los canapés, ¿está el Peñascal en la nevera?, 
El vermut de antes, con sus aceitunas, sus mejillones, su patatas, jamoncito, sus "niña, deja de comerte el pan que te va a ir todo al culo y encima luego no comes lo que te ponga en el plato" -a mis tías: gracias por recordarme que la miga me va a las caderas y no a donde dice la leyenda urbana que va-, sus "poned la mesa", "faltan vasos", "pues coge tazas, si el agua te lo bebes igual, pesá". 
Lo que es la comida en sí, transcurre pasándonos platos y las botellas unos a otros, haciendo hueco como sea para que quepa todo sin que los platos se revelen y nos echen de la mesa a nosotros e hinchándote mientras tanto con taaaaanta comida. Porque todo el mundo sabe que en una comida familiar se pierde el criterio a la hora de servir, las proporciones se olvidan y el término "ración" pierde todo su significado para convertirse en un afán por que el plato esté siempre lleno, ninguno se quede con hambre y ante un "jo, yo no puedo más" tu abuela salte "cómetelo todo, que te estás quedando en los huesos" aunque peses 120 kilos y midas 1.60. El postre mola siempre: desde una naranja para cada uno y esa manera especial de hacer monigotes con la piel a dos tartas diferentes, pasando por flan casero de la vecina, pasteles o una mezcla.
Y luego, la sobremesa. Es algo que me encanta, que cuando no lo hay, se echa de menos. El café, los comentarios sobre las últimas novedades de cada cual, un poco de marujeo, los logros deportivos de los niños, las (im)posibles parejas de los jóvenes, la partida de cartas, un bingo en navidad, algún copazo que otro para los mayores. Siempre sale alguna anécdota de hace años, ideas para el disfraz para las fiestas de ese año, debates para arreglar el mundo o insignificantes pero importantísimos para nosotros. Últimamente nos hemos dedicado a hacer pulseritas de hilo. En invierno algunos aprendimos a hacer punto. Si está la tele puesta, criticamos la peli de turno mientras nos peleamos por un sitio en el sofá, un cacho de manta y que los pequeños no se nos sienten encima.

Que las comidas (o cenas) no son lo mismo sólo que acompañado lo sabe todo el mundo. Por eso, cuando yo sea mayor quiero tener una mesa enorme a la que poder invitar a mi familia y amigos a comer, un lugar de reencuentro, neutral, donde se disfrute sin importar lo demás.

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