viernes, 14 de noviembre de 2014

Claroscuros

Sola en el sofá por un momento. En esta casa eso es muy complicado. En serio, no sé qué hacer. Supongo que al resto le pasará exactamente lo mismo cuando yo no salgo en todo un fin de semana (es raro, pero ocurre). Estos momentos de silencio, tranquilidad, con el mando en mi poder o la música a tope. Sea como sea, me permite pensar.

Y pensar no es lo mío. Bueno, a ver, sí que lo es, pero no me gusta. A nadie le gusta divagar hasta encontrarse atrapado en el oscuro pozo que tienes como vida. O es mejor dar vueltas y vueltas hasta que descubres que saliste hace tiempo de ese pozo y ahora tu mundo está, contra todo pronóstico, completamente iluminado. Tanto, que no hay siquiera ni una sombra en la que te puedas esconder.

Pero oye, que un día llega alguien y se pone delante de tu sol y tu mundo claro y luminoso comienza a tener sombras. Vuelvo a tener miedo, como cuando tenía 5 años y me apagaban la luz del pasillo antes de dormirme. Y ahora estoy escondida en una de esas sombras.
Desde la aquí, observo el resto de mi mundo, encogida, hecha una pelota, con movimientos erráticos. Me gusta. Se ve distinto. Y me asusta, como todo últimamente.

Pero, sobre todo, me asusta salir y que haya cambiado hasta el color del cielo. Porque ese alguien que se había puesto delante de mi sol, oh sorpresa, me ve y sonríe. Pequeña y asustada y aún así me sonríe. ¿Por qué a mi? Si yo ya vivía muy tranquila... Pero, joder, también ilumina...

Y vuelvo a tener miedo.

La peor de mis pesadillas se hace realidad. Un día, de repente, me levanto y todo es gris. Vaya, al principio creo que está nublado, pero según avanza el día... No quiero ver la realidad. No me gusta ni un pelo. Ahora quiero llorar bastante, pero sin que nadie me vea.
De vuelta a las sombras.

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