domingo, 18 de enero de 2015

De estas veces que el Metro me gusta

Un matrimonio de, no sé, 50-55 años ella, unos pocos más él, sentado frente a mi en el metro. Es tarde, no voy muy consciente de lo que hay a mi alrededor. Pero sí me fijo en ellos. Están encajados. Como encaja mi mano derecha en la izquierda. El brazo de él sobre los hombros de ella. La mano de ella sobre la rodilla de él. Por un momento bastante largo me gustaría tener lo que veo. No hablan mucho, pero sí se miran, pese a estar sentados al lado.
Se miran las manos, los ojos, el mechón del flequillo que se escapa de su sitio. Se miran y sólo apartan la mirada el uno del otro cuando me levanto para salir. Pero luego, regresan a su microcosmos.
A veces me gustaría tener eso, trabajarlo, mantenerlo durante mucho tiempo. Mirar a otro y ya está, sin necesitar nada más. Cambiar esto por un poema de Neruda y un ramo de rosas en una tarde de domingo rara.

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